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viernes, 13 de noviembre de 2009

En Londres con Caterham (vol.2)

Nos centramos ahora en la prueba del coche: Un Caterham 7 Roadsport 125. El contacto que realizamos por las inmediaciones del circuito de Brands Hatch no nos permitió rodar con él a altas velocidades, pero sí comprobar perfectamente cómo funciona el invento, ver sus reacciones y comprobar lo que mejor sabe hacer: ratonear.



Llegas al coche y te encuentras que apenas te llega a la cintura. El habitáculo se presenta diminuto, pero al no tener techo ni puertas, entrar no presenta ninguna dificultad. Si consigues meter primero los pies, luego posa el trasero y después estirar las piernas, habrás conseguido algo que muchos otros no consiguieron antes sin desmontar el volante. En un Seven uno no se "sienta", uno se "encaja". Prácticamente hay partes de del coche sujetando todo tu cuerpo, y no te puedes mover nada. Dejas caer las manos sobre el diminuto volante de 280mm, y entonces te das cuenta de que los 3 pedales estan comprendidos en el ancho de medio teclado de ordenador. O los pisamos con la punta del pie, o podemos tener problemas muy serios. Metemos 1ª con la mano izquierda, y empieza un mundo a nuestro alrededor.

El coche empieza a moverse, con la sensación de un kart (de verdad), bajisimo, durísimo de suspensión y de dirección, y con todas sus reacciones a flor de piel y transmitidas de forma inmediata. El escape lateral queda junto a tu codo derecho, y emite un rugido ronco a cada roce del acelerador (el filtro de aire K&N de serie tambien ayuda algo). Te vas moviendo y disfrutas la visión que tienes ante tí: El "largo" morro, y a los lados por fuera, las dos ruedas delanteras, subiendo y bajando con la suspensión, y girando a cada orden de volante.

La 1ª se te acaba en seguida, y tienes que meter otro hierro. Aqui es donde metes 2ª a bajas vueltas, y notas que aún por debajo de 3.000 rpm el coche te puede trompear (demostrado). Pisamos a fondo en linea recta y sin inclinaciones de carrocería, el morro del 7 se lanza como un misil hacia adelante, dejando todo atrás, girando las cabezas de todos, y emitiendo el mismo sonido ronco y brusco de los "cazas" de la II Guerra Mundial. Va tocando frenar, y ¡oh cielos! ¡el pedal del freno está soldado! No señores, es que no tiene servofreno y hay pisar "como un hombre", esto es, poniéndote de pié sobre el pedal. El coche se detiene muy bien, tambien sin inclinaciones ni apenas cabeceos.


(Nótese la pequeñez del aparato y su altura)

Nos metemos en el primer giro, y el coche lo hace con decisión, con una reacción tan inmediata que parece seguir las instrucciones de nuestra mente antes que las de nuestras manos. Estamos asombrados de su estabilidad, así que ahora, cerca del vértice de la curva, ya sabemos lo que toca: "push the pedal to the metal". Pisamos a fondo, y tras un ligero subvirage (muy leve pero notable en las manos) que nos avisa de por dónde vamos a salir, viene una predecible cruzada, que no deja de ser controlable con el gas y el diminuto volante (ayudado por un giro rapidísimo de dirección, con poquísimas vueltas entre topes). Se nos dibuja una sonrisa en la cara, y lejos de corregir la trayectoria, intentamos prolongar el deslizamiento, dando más gas y manteniendo el volante un punto por debajo del contravolante natural. Y el coche lo hace todo. Notas que viene el agarre y enderezas en un instante, redondeando perfectamente y sin el típico latigazo de después de una cruzada. La intuición es gratis en este coche.

Comprobadas las bondades de este mito de hace 51 años, imaginamos con terror lo que hubiera sido la conducción de un R300 o R400, porque para el R500 no tenemos tanta imaginación. Bajamos del coche en llano, y sólo con posar una pierna en tierra y al hacer fuerza para sacar la otra, movemos el coche en el suelo como cuando bajas de un kart. Así es de ligero. Toca meter una marcha para que no se vaya solito. La excitación y la cara de malicia nos la traemos de vuelta a España, y creemos que nos va a durar una buena temporada...